Rafael
Ponce
14-01-2018
Es
cierto que casi nunca se oye hablar de hijos de grandes directores de
orquestas que opten por la misma profesión que sus padres, pues
bueno este es uno de los pocos ejemplos, y creo que superó a su
padre el gran Erich Kleiber.
La
renuncia de este a la direción de la Ópera Alemana de Berlín,
seguido de su exilio en Buenos Aires, hacen que Carlos (nacionalizado
argentino desde su llegada al país) comenzara sus estudios musicales
en Buenos Aires, a pesar de que su padre se opusiera frontalmente a que
se dedicara profesionalmente a la música, no pudo evitar que
conociera desde niño el contacto con el Teatro Colón o el Teatro
Argentino de la Plata de la capital argentina, donde en 1952 con solo
veintidós años de edad el joven músico iniciaba una prometedora
carrera, si es verdad que poco después también estudió química en
Suiza para complacer a su padre.
Está
claro que su padre nunca le brindó ayudas en lo tocante a su carrera
en la música, y si tenemos en cuenta que en los años cincuentas la
carrera de director no se hacía de la forma meteórica de hoy día,
entonces tenía que pasar tiempo para que un director de provincias
que lo mereciera diera el salto a una orquesta de primer nivel, pues
Carlos en 1953 con 23 años regresa a Europa y trabaja como
voluntario en el Teatro Gärtnerplatz de Múnich, haciendo sus
primeros pasos en los auditorios de provincia alemanes como cualquier
director de su edad.
A
los 29 años le descubre un crítico muniqués después de dirigir La
Novia Vendida en el Landestheater de Salzburgo, “se desató un
vendaval de musicalidad bohemia” dijo el crítico, resaltaba la
gran expresividad y precisión, a partir de entonces fue una
referencia jóvenes alemanes.
Comenzó
con las orquestas de Potsdam y Zúrich que le dieron destreza con el
instrumental, siguiendo con las de Stuttgart y Dússeldorf donde
despertó un interés que sobrepasó las fronteras regionales y es
entonces cuando su nombre empieza a sonar para las grandes orquestas
europeas.
Su
carrera está marcada por actuaciones extremadamente brillantes pero
esporádicas, y es que Kleiber era un perfeccionista con una
complicada personalidad, considerado como un rebelde en la música
clásica, provocó muchos escándalos por cancelar actuaciones en el
último momento sin aparente motivo. Solía actuar tan poco que
Herbert von Karajan dijo "sólo dirige si se le acaba la comida
en la nevera", si bien por otro lado Hollender el director de la
Ópera de Viena decía que "Las actuaciones tan esporádicas de
Kleiber se explican porque el director buscaba en el arte lo que
nadie encuentra: lo absoluto".
Se
convirtió en una figura legendaria, sus esporádicas apariciones en
La Scala, el Covent Garden, el Metropolitan Opera, Viena, Múnich
(sitio para él predilecto para trabajar), Berlín y Tokio eran
ocasiones muy esperadas por la crítica y público. Llegó incluso a
recibir la oferta de dirigir como titular la Filarmónica de Berlín
después de la muerte de Herbert von Karajan, oferta que desechó,
sinceramente no veo a un genio como él, llevando las riendas de una
orquesta tan compleja como la alemana, que imagino necesita de una
dedicación absoluta. No
concedía entrevistas, nadie que no fuera un aficionado de verdad
citaba jamás su nombre entre esos maestros que todo el mundo conoce.
Nadie sabía qué hacía, dónde estaba, hasta que de vez en cuando,
algún milagro le devolvía a eso que él despreciaba y que se llama
actualidad. Los grandes aficionados del mundo esperaban ansiosamente
cada vuelta de Kleiber, los empresario pagaban su estratosférico
caché sin dudarlo.
Confeccionó
un repertorio muy selecto y exiguo de partituras con las que
trabajaría durante los treinta últimos años de su vida: algunas
sinfonías de Beethoven, de Mozart, el repertorio de la
dinastía
Strauss,
y un selecto número de óperas como La
Bohéme,
Otello,
Carmen,
Tristán
e Isolda, Der
Freischütz, Elektra,
El
caballero
de la rosa y
Wozzeck,
esta última estrenada por su padre Erich en la Staatsoper
de
Berlín en 1925, bajo la supervisión del propio Alban Berg, siendo
las versiones
de Carlos consideradas como definitivas.
Era
tan genial como Celibidache pero opuesto a él, en muchos aspectos,
por ejemplo se mostraba educadísimo con los músicos. Coincidía con
Sergio en la necesidad de muchos ensayos, la búsqueda de la
perfección, la independencia y un exacerbado perfeccionismo están por encima de
cualquier tipo de valor para él. En el tema operístico no participa
de los protagonismos desmesurados de algunos directores de escena,
para él lo fundamental es la música.
Calificado
como un director caprichoso y súper exigente, sólo hizo justicia al
segundo calificativo, amable y sonriente, declinaba cualquier
contacto con los medios de comunicación. Exigía ensayos a puerta
cerrada, para continuar profundizando sin interferencias en la
interpretación de una música que podría dirigir con los ojos
cerrados, pero en la que continúa buscando detalles y matices.
El
violinista español Ángel Jesús García, concertino de la Orquesta
del festival de Bayreuth en aquella época durante 16 años,
comentaba respecto el estilo de dirección de Kleiber “Era un
hombre que no decía a los músicos cómo tenían que tocar, ni que
tocasen fuerte, o más piano... El siempre intentaba explicar lo que
el veía en la música que íbamos a tocar. Kleiber era un soñador
con el cual uno, tocando música podía soñar. No hay que olvidar
que los músicos tocamos muchas y repetidas veces las mismas piezas,
las mismas óperas, pudiendo caer a veces en la rutina, y eso es malo
para la música. Por ello, si los directores no tienen ese halo
especial de buscar algo especial bajo cada obra, en cada compositor,
carecen de lo esencial. Y Kleiber lograba hacer de esa obra una cosa
muy personal.”
Murió
el 13 de Julio del 2004 a los 74 años de edad después de una larga
enfermedad, aunque hay quien dice que su muerte se aceleró a raíz
de la muerte de su mujer, fue enterrado en Eslovenia país de origen
de su madre, la estadounidense de origen esloveno Ruth Goodrichse.
Como alguien dijo “murió
sin avisar, enterrado en un cementerio que nadie visitará. Quiso ser
invisible y lo consiguió finalmente.
La
discografía que nos dejó en la que como es natural nunca hizo
concesión alguna a las presiones del mercado, esta jalonada en su
mayoría con grabaciones que se consideran referencia definitivas de
los temas que contemplan. Una prodigiosa lectura de El
cazador furtivo
con
la Staatskapelle de Dresde, abrió en 1973 su relación artística
con Deutsche Grammophon. Con la Orquesta Filarmónica de Viena ha
grabado la Quinta
y
la Séptima
de
Beethoven, la Cuarta
de
Brahms y la Tercera
y
Octava
de
Franz Schubert. con otras discográficas además de su repertorio
beethoveniano, las sinfonías
33 y 36 de
Mozart y la Segunda
de
Brahms, el Concierto
para piano de
Dvorák con Sviatoslav Richter como solista, la Sinfonía
número 2 de
Alexander Borodin, La
canción de la tierra de
Mahler, también existen DVD con actuaciones históricas.
En
el repertorio operístico, tras Weber llegaron memorables versiones
en estudio de La
traviata
con
Ileana Cotrubas y Plácido Domingo, y Tristán
e Isolda
con
Margaret Price y René Kollo, El
murciélago
en
disco, en la Ópera de Baviera, otras dos versiones filmadas de El
caballero de la rosa en
la Ópera de Baviera en 1977, con Gwyneth Jones, Lucia Popp, Brigitte
Fasbaender y Karl Riddersbusch, y en la Ópera de Viena en 1994 con
Felicity Lott, Barbara Bonney, Anne Sofie von Otter y Kurt Moll.
También
tuvimos la suerte de verle por televisión dirigiendo los Conciertos
de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en 1989 y 1992.